Los jóvenes no son máquinas de memorizar

1Antonio Mateos Jiménez es Doctor en Biología por la Universidad Complutense de Madrid y Profesor Titular de Didáctica de las Ciencias Experimentales en la Facultad de Educación de Toledo (Universidad de Castilla-La Mancha, España)

La educación parece ser uno de los asuntos de mayor trascendencia social a nivel internacional. Para la población española, castigada por la crisis económica y la corrupción política, la educación representa la séptima preocupación nacional, según los datos de mayo de 2016 publicados por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Y en América Latina y el Caribe la mayor inquietud se centra en la equidad y la calidad de la educación, como señala un informe de la UNESCO.

Conviene recordar que la educación es una apuesta de futuro y sus resultados, cuando los hay, se producen a medio o largo plazo. Eso implica esperar, verbo imposible para muchos. En nuestra sociedad ha calado el mensaje de la inmediatez, de los resultados a corto plazo. Y los gobernantes, especialistas en las promesas cercanas, creen que las modificaciones legislativas producirán cambios educativos visibles en los años de su mandato. En definitiva, vivimos en una sociedad que promueve la rapidez y el oportunismo y la educación es, al contrario, un bien de crecimiento lento, un indicativo de la madurez del sistema. Este es un primer contrasentido que tendríamos que saber y resolver. Así, por ejemplo, determinadas modificaciones curriculares realizadas en algunos países de América Latina y el Caribe para mejorar el carácter práctico de las asignaturas y fomentar la educación intercultural bilingüe han dado su fruto años después.

3Otros asuntos que se plantean son: ¿para qué educar y cómo hacerlo? Con frecuencia se entiende la educación como sinónimo de instrucción y se identifica con el propósito de saber cosas para aprender a desenvolverse en la vida. Bajo ese prisma se sitúan los sistemas educativos que han hecho de los conocimientos y la memoria su centro de actuación. A ello se le suman los modos tradicionales utilizados todavía por numerosos docentes: la explicación, el seguimiento fiel del libro de texto, las preguntas cerradas, etc. que han convertido a muchos de nuestros jóvenes en verdaderas máquinas de memorizar, repetir y no saber para qué. Conviene recordar, por tanto, que una mejor educación va ligada a métodos activos donde los estudiantes se sientan los protagonistas.

Dos novedades han inundado el panorama educativo internacional en los últimos años. Por un lado, las pruebas de evaluación de los estudiantes, comúnmente conocidas como PISA, y la irrupción de un modelo educativo europeo que ha adquirido enorme prestigio: el modelo finlandés. Las evaluaciones PISA no dejan de ser un sistema de testificación al servicio de una visión mercantil, donde no sabemos si cuenta realmente el estudiante o sus capacidades de cara al mercado laboral. En palabras del ex-Director General de la UNESCO, Federico Mayor Zaragoza, en el prólogo a la obra Mejores maestros, mejores educadores:

“…los informes PISA, como corresponde a puntos de vista propios de una organización económica (la OCDE), conceden mayor importancia a los valores bursátiles y a la educación financiera que a los valores éticos y al comportamiento responsable”.

El admirado sistema educativo finlandés no es sino una consecuencia de una sociedad madura donde la educación es el principal consenso del país.  Ese éxito producido (no inmediato, sino precedido de reformas y decisiones que datan de hace cuatro décadas) es el resultado de distintos factores:

  1. Factores político-sociales: educación pública como valor nacional; estabilidad de leyes educativas; gran consideración social del maestro y total confianza en él.
  2. Factores de política educativa: reformas propuestas por maestros, no por políticos; currículum uniforme pero con autonomía; la igualdad como objetivo y no la competitividad; selección muy exigente del profesorado.

2En el modelo finlandés se precisa una nota alta para realizar la carrera docente, circunstancia que no se da en España. En otros países las notas de acceso son incluso incomprensiblemente bajas. Ese es el caso de algunas universidades chilenas, donde más de 100 carreras pedagógicas han admitido a alumnos con solo 500 puntos en la prueba de selección universitaria (PSU), que tiene un máximo de 850 puntos.

Por otra parte, el diseño educativo finlandés motiva a los maestros a ser docentes investigadores, algo que tampoco sucede en muchos países. En España, ni siquiera se contempla su perfil investigador. Y en algunas zonas de América Latina y el Caribe la proporción de docentes que al menos estén certificados apenas llega a la mitad.

Formar mejores educadores es una tarea compleja. Debemos estar a la altura del mundo cambiante y desigual que vivimos, adoptando métodos de enseñanza actualizados y contenidos atractivos e innovadores, comprometidos con la igualdad, la sostenibilidad y la justicia social. Por este camino van algunas de las propuestas educativas publicadas últimamente. No obstante, aunque modifiquemos contenidos y métodos docentes, ¿seremos capaces de adquirir la mentalidad adecuada y apostar como sociedad por estos factores que favorecen, a largo plazo, una mejor educación? Si la queremos ya, la respuesta no puede ser optimista.

El Dr. Antonio Mateos Jiménez es codirector de la obra colectiva: “Mejores maestros, mejores educadores. Innovación y propuestas en Educación” (Ed. Aljibe, 2016).

Share:

Leave a comment