Solo se ha satisfecho una cuarta parte de las necesidades educativas de los refugiados Rohingya

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El campo de refugiados en Cox’s Bazaar, Bangladesh. Foto: Ingebjørg Kårstad/Norwegian Refugee Council.

Hace un año, empezó el éxodo masivo de refugiados de Myanmar a Cox’s Bazar en Bangladesh. Pero un año después, solo se ha proporcionado una cuarta parte de los fondos solicitados por 11 socios para cubrir sus necesidades educativas: US$11.7 millones de US$47.3 millones.

Esto a pesar de lo que se necesita para la educación es modesto en comparación con otros sectores. Se han solicitado US$240 millones para la seguridad alimenticia, US$113 millones para la salud, y US$137 millones para el agua, el saneamiento y la higiene.

En total, casi 1 millón de refugiados de Myanmar se refugian actualmente en Bangladesh. La educación para estas familias es crítica. La mitad de los refugiados son niños y jóvenes de entre 3 y 24 años, sin embargo, no se les permite participar en la educación formal en Bangladesh. Se estima que se necesitan 5.000 aulas equipadas para satisfacer las necesidades de estos niños.

Solo existe la educación informal, a través de centros de aprendizaje suministrados por Save the Children, UNICEF y organizaciones bangladesí, como BRAC, o en escuelas religiosas o “maktabs”, que ofrecen clases en lengua árabe y educación coránica. Su trabajo es notable. En Julio, por ejemplo, el UNICEF operaba alrededor de 1,200 centros de aprendizaje que atendían a 140,000 niños.

Pero el desafío es enorme.

rohin 2Entre los niños de edad primaria, solo un 57% de las niñas y un 60% de los niños han asistido a centros de aprendizaje desde que llegaron a Bangladesh. Estas tasas son aún menores –43%–  entre los niños y niñas menores de cinco años. Solo un 4% de las adolescentes de entre 15 y 18 años asisten, en comparación con un 14% de los adolescentes varones.

Según lo describe la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios en su informe sobre la crisis de refugiados, los once socios que trabajan en educación en la respuesta tienen un enfoque basado en dos fases. En primer lugar, ante todo, el plan es expandir el acceso equitativo al aprendizaje, proporcionando apoyo psicosocial en coordinación con aquellos que trabajan en la protección infantil. El objetivo de la segunda fase es mejorar la calidad de la educación mediante el desarrollo de estrategias adecuadas de enseñanza y aprendizaje, y trabajar con las autoridades educativas para esclarecer los problemas y encontrar nuevas soluciones.

Para estos socios, es importante un enfoque multisectorial, cuando las niñas están en riesgo de matrimonio y tráfico, cuando los espacios seguros son primordiales, y cuando la higiene menstrual y otras intervenciones de salud pueden entrelazarse con la provisión de la educación.

Pero, como discutiremos en más detalle en el Informe GEM 2019 sobre la migración y el desplazamiento que se publicará el 20 de noviembre, lo mejor para estos niños sería incluirlos en el sistema educativo nacional de Bangladesh, en lugar de establecer un sistema paralelo, algo que la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR, enfatiza constantemente. Sin embargo, independientemente del tipo de educación que reciban estos niños, esta debe ser relevante y culturalmente apropiada.

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Saifula (8 años) va a clases que le ayudan a superar el trauma de los ataques en Myanmar. Asiste a un centro de aprendizaje administrado por la organización de asistencia de Bangladesh, BRAC, en cooperación con Plan International. Ahí, los niños aprenden a lidiar con las horribles impresiones de los ataques del año pasado y la nueva vida en los campamentos de refugiados sobrepoblados. “Cuando los perros ladran de noche, él piensa que viene el ejército”, dice su madre, Janoara. “Los niños se molestan cuando escuchan a los residentes locales celebrar con fuegos artificiales. Suena como cuando los Rakines vinieron y atacaron. Si tienen miedo, los abrazo.” Foto: Ingebjørg Kårstad/Norwegian Refugee Council.

Y el tiempo apremia. Incluso dejando de lado el hecho de que es temporada de monzones, con inundaciones y deslizamientos de tierra, que engendran un mayor riesgo de enfermedades y mayores tensiones en los campamentos, una ambición global esbozada en la Declaración de Nueva York para los Migrantes y Refugiados de septiembre de 2016 era que todos los refugiados recibieran una educación a los pocos meses de su llegada.

Este objetivo no se ha alcanzado desde hace tiempo. Y este seguirá siendo el caso hasta que aumente la ayuda humanitaria para la educación. Actualmente, solo el 3,8% de los fondos de ayuda para la crisis Rohingya se destinan a la educación, lo cual es mayor al promedio global de poco más del 2%, pero solo ligeramente, y de ninguna manera suficiente.

Saifula (8 años) va a clases que le ayudan a superar el trauma de los ataques en Myanmar. Asiste a un centro de aprendizaje administrado por la organización de asistencia de Bangladesh, BRAC, en cooperación con Plan International. Ahí, los niños aprenden a lidiar con las horribles impresiones de los ataques del año pasado y la nueva vida en los campamentos de refugiados sobrepoblados. “Cuando los perros ladran de noche, él piensa que viene el ejército”, dice su madre, Janoara. “Los niños se molestan cuando escuchan a los residentes locales celebrar con fuegos artificiales. Suena como cuando los Rakines vinieron y atacaron. Si tienen miedo, los abrazo.” Foto: Ingebjørg Kårstad/Norwegian Refugee Council.

 

 

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