Ahora más que nunca tenemos que hablar de la inclusión en las escuelas

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Ningún maestro debería tener que pagar con su vida por llevar a cabo su trabajo. Las horribles y violentas circunstancias que rodearon la muerte de Samuel Paty, en un suburbio de París el 16 de octubre, han traumatizado a Francia. Con la reapertura de las escuelas francesas, maestros y estudiantes rinden homenaje al maestro de secundaria que dio clases de historia y educación cívica.

Imagen: Mathieu Delmestre

También han muerto maestros en ataques recientes en Afganistán, la República Democrática del Congo y Somalia. Los detalles y las circunstancias son inciertos, pero es probable que estén relacionados con el papel fundamental que desempeñan los maestros en sus comunidades. Aún más preocupantes han sido las amenazas constantes que los grupos armados han hecho a los maestros en Burkina Faso, Malí y Níger por utilizar el currículo estatal laico, lo que ha dado lugar a miles de cierres de escuelas en la región.

Proporcionar “entornos de aprendizaje seguros, no violentos, integradores y eficaces para todos” es en realidad una meta del cuarto Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS 4). Todos significa no solo los estudiantes, sino también los maestros. La Coalición Mundial para la Protección de la Educación contra los Ataques (GCPEA, por sus siglas en inglés), en su informe más reciente, constató que el mayor número registrado de docentes y estudiantes perjudicados por ataques directos se encontraba en Afganistán, Camerún, Palestina y Filipinas. Es mérito de la comunidad internacional haber respaldado el seguimiento de esos delitos a través de fuentes no oficiales, como una manera de entender la magnitud del desafío.

Francia, por lo tanto, está lejos de ser el único país que tiene que lidiar con la violencia escolar y la seguridad de los maestros – demasiados se arriesgan al hacer su trabajo. Este caso en particular ha causado conmoción en todo el mundo por varias razones: el maestro fue objeto de ataques por enseñar la asignatura de libertad de expresión; las circunstancias que llevaron a su asesinato fueron alimentadas por información errónea y discursos de odio a través de las redes sociales que se descontrolaron; y este incidente violento es solo el último de una serie que pone de relieve las profundas divisiones de la sociedad francesa.

El Informe de Seguimiento de la Educación en el Mundo 2020 se centra en la inclusión y en las acciones y prácticas que abarcan la diversidad y crean un sentido de pertenencia. Éstas se basan en la creencia de que cada persona tiene un valor y un potencial y debe ser respetada. Sin embargo, toda sociedad tiene problemas y debe abordar la cuestión de por qué algunos siguen siendo excluidos. El Informe 2020 abordó este tipo de tema a lo largo del mundo. La inclusión en la educación es un fundamento para la inclusión en la sociedad.

Los currículos son fundamentales para que todos los grupos en riesgo de exclusión sientan que son tomados en cuenta en el proyecto educativo. A menudo, la narrativa histórica general todavía favorece la identidad mayoritaria sobre otras perspectivas y voces. En algunos contextos, los libros de texto omiten o tergiversan las características de un grupo, perpetuando los estereotipos y socavando toda pretensión de inclusión. A través de los libros de texto, las minorías y los grupos vulnerables pueden verse incluidos como contribuyentes en pie de igualdad al desarrollo nacional, en lugar de ser relegados a una posición de marginación en la sociedad, y pueden ver sus diferencias atesoradas y respetadas, en lugar de caricaturizadas.

La cuestión de la religión y la educación es compleja para la mayoría de las sociedades. En Francia, un sistema de educación pública laica significa que la religión se enseña principalmente en los currículos como parte de la historia y no incluye debates sobre creencias y espiritualidad o sobre la diversidad religiosa en la sociedad actual. El compromiso con la neutralidad religiosa, que se remonta a un contexto histórico específico, sofoca los intentos de revisar el papel de la religión en la educación pública, aunque éste pueda ser un factor que debilite la cohesión social.

No son temas fáciles para ningún país. Hay desafíos políticos en cuanto al tipo de sociedad que la gente aspira a lograr a través de la educación. Los países varían en su historia y en su comprensión de la inclusión en la educación. Si uno abre cualquier periódico francés hoy encontrará todo el espectro de puntos de vista sobre el camino a seguir, desde los que cierran la puerta hasta los que extienden la mano. Aquellos que apoyan una respuesta con mano dura son desafiados por aquellos que señalan que la violencia engendra violencia. Los que apoyan un enfoque más conciliador se enfrentan a los críticos horrorizados ante la perspectiva de comprometer los valores en los que se basa su sociedad.

Apenas dos semanas antes del brutal asesinato, al anunciar medidas duras, el Presidente Macron también había prometido aumentar la financiación de la educación para hacer frente al radicalismo, por ejemplo, fomentando la enseñanza del árabe en las escuelas. Esto sugiere el reconocimiento de que los estudiantes de las comunidades marginales pobres tienen más probabilidades de sentirse alienados y de ser presa de creencias extremistas, y que su inclusión en la educación es necesaria para sanar las divisiones en la sociedad francesa. Es fundamental que estas medidas inclusivas no se descarrilen tras el reciente y trágico acontecimiento. En todo caso, los maestros necesitan mucho más apoyo para enseñar los complejos temas que los currículos modernos tratan de abordar con mayor frecuencia.

Lo que también se requiere es una consulta significativa entre las escuelas, las comunidades y los padres. La inclusión no se puede imponer desde arriba. Lo que demuestra el trágico asesinato de Samuel Paty es que las escuelas deben aumentar su interacción dentro y fuera de sus paredes en el diseño y la aplicación de prácticas escolares inclusivas a través de asociaciones de padres o sistemas de emparejamiento de estudiantes.

Necesitamos recordarnos a nosotros mismos la necesidad de proteger las escuelas. Son bastiones de la libre expresión, pero también entornos importantes en los que las ideas, incluidos los conceptos religiosos, se discuten de forma que se promueva la comprensión y la diversidad en la sociedad. Cuando todas las escuelas francesas se reúnan para observar un minuto de silencio el 2 de noviembre, este debería ser el sentimiento prevaleciente.

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